El domingo, fiesta primordial de los cristianos

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El domingo, fiesta primordial
de los cristianos
Orientaciones teológico-pastorales
Comisión Episcopal de Liturgia
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
ASPECTOS TEOLÓGICOS Y CATEQUÉTICOS DEL DOMINGO
1. Novedad cristiana del domingo
2. El domingo, pascua semanal
3. El domingo, día de la asamblea eucarística
4. Carácter festivo del día del Señor
SEGUNDA PARTE
ORIENTACIONES PASTORALES
Concluida, prácticamente, la reforma de los libros litúrgicos determinada por el Concilio Vaticano
II, con el consiguiente movimiento de renovación, hemos entrado en una nueva etapa de reflexiva
interiorización y de asentimiento en las raíces permanentes de la liturgia como acción sacerdotal en el
Espíritu Santo (cf. Rom 8, 15; 1 Cor 12, 3).
Uno de los principales elementos de la vida litúrgica es el domingo. La constitución
Sacrosanctum Concilium se refirió al mismo, señalando su origen apostólico en el mismo día de la
resurrección del Señor y su carácter pascual, eucarístico y festivo (cf. SC 106). Después, la nueva
estructuración del año litúrgico y del calendario lo ha revalorizado también como día dedicado al
Señor y «núcleo fundamento de todo el año litúrgico» (ibid., Normas universales sobre el año litúrgico
y el calendario, n. 4).
No obstante, se tiene la impresión de que esta importante institución no está recibiendo entre
nosotros la suficiente atención pastoral que requiere, y, aunque es justo reconocer que existe un gran
empeño en significar la celebración eucarística como centro que es del domingo, esto, sin embargo,
es sólo una parte del día del Señor. La transformación de nuestra sociedad, cada día más
secularizada, hace necesario acentuar en la conciencia de los cristianos la identidad específica del
domingo como fiesta primordial.
Por eso los obispos de la Comisión Episcopal de Liturgia, con el beneplácito de la Permanente
del Episcopado, considerando que es urgente un esfuerzo por parte de todos los responsables y
agentes de la pastoral litúrgica para revitalizar el domingo y promocionar las formas de celebrarlo,
ofrecemos esta sencilla reflexión teológico-litúrgica y estas orientaciones sobre el día del Señor y su
celebración, a la vez que invitamos a los expertos en sociología religiosa a que analicen las causas
que influyen en la realidad actual del domingo, y a los profesores y estudiosos de la liturgia a que
aporten sus conocimientos en una línea catequética y de formación de los fieles y de los pastores.
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PRIMERA PARTE
ASPECTOS TEOLÓGICOS Y CATEQUÉTICOS DEL DOMINGO
1. Novedad cristiana del domingo
El domingo es una de las primeras y más originales instituciones cristianas. Su nacimiento hay
que buscarlo en el hecho de que el Señor resucitó y se manifestó a los suyos «el primer día de la
semana», como atestiguan todos los evangelistas (cf. Mt 28, 1 y par.).
En efecto, en dicho día el Resucitado «se dejó ver no de todo el pueblo, sino de los testigos que
Él había designado» (Hech 10, 41): María Magdalena (Jn 20, 11-18), Pedro (Lc 24, 34; cf. 1 Cor 15,
5), los discípulos a quienes confía la propia misión recibida del Padre y hace donación del Espíritu
Santo (Jn 20, 19-23). «Ocho días después», estando todos otra vez reunidos con la periodicidad que
será para siempre característica del domingo, de nuevo se hace presente y se muestra
particularmente a Tomás (Jn 20, 20-29).
La comunidad apostólica entendió la importancia del «primer día de la semana» como el tiempo
de evocar y revivir, mediante la reunión eucarística, la nueva presencia de Jesús entre los suyos una
vez que por la muerte y resurrección había entrado en la gloria del Padre y transmitido el don del
Espíritu Santo para remisión de los pecados (Jn 20, 22-23; Mc 16, 19; Hech 2, 32-33). Las alusiones
a este día en Hech 20, 7, en 1 Cor 16, 2 y en Ap 1, 10 destacan aspectos del domingo que más tarde
confirmarán los testimonios no sólo patrísticos, sino también de autores no cristianos.
Entre el sábado judío y el domingo, por tanto, no hay más continuidad que la puramente material.
Ambos tienen significación y motivación diferente. El domingo pertenece al mismo orden de cosas de
la economía salvífica y sacramental del Nuevo Testamento, es decir, al orden de las realidades
cumplidas en Cristo y presentes en la Iglesia. El hecho, por otra parte, de que el día primero de la
semana fuera llamado «del sol» por los romanos, nombre que todavía perdura en algunas lenguas
modernas, fue aprovechado por los cristianos para hablar de Cristo resucitado como Sol de justicia,
tomando de la misma Biblia esta simbología (cf. Lc 1, 7-8; Mt 3, 20).
2. El domingo, pascua semanal
El domingo, desde los orígenes, es el día en que la comunidad cristiana conmemora con un
ritmo semanal a su Señor, vencedor del pecado y de la muerte. El nombre del domingo –«día del
Señor» (Ap 1, 10)– evoca, en la conciencia de los discípulos de Jesús, el misterio de su
anonadamiento hasta la muerte y su exaltación como Señor y Mesías (Flp 2, 9-11; Hech 2, 36; etc.).
La celebración cada ocho días de la Pascua de Jesús, otra decisiva novedad respecto de la
institución mosaica, es símbolo de la nueva situación salvífica inaugurada como una nueva creación
la mañana de la resurrección.
«Día del Señor», además, hace alusión a la última manifestación del Hijo del hombre, anunciada
por los profetas y por el propio Cristo, es decir, al comienzo del siglo futuro, la eternidad feliz y
dichosa que está fuera del tiempo de los hombres, limitado e inexorable.
El domingo es, por tanto, signo del acontecimiento pascual del pasado y presencia anticipada,
por la fe y la esperanza, del descanso de Dios, la vida futura perfecta e inacabable. Los que celebran
el domingo, fieles a la herencia del Señor y al mandato de la Iglesia, que ha de perseverar en la
enseñanza de los apóstoles, en la fracción del pan y en las oraciones (cf. Hech 2, 42), participan en la
muerte y resurrección de Cristo por el bautismo (cf. Rom 6, 3 ss, etc.) y en la misión de anunciarla,
hasta su vuelta, por la eucaristía (cf. Cor 11, 26). De ahí que el domingo comprenda también una
indiscutible vinculación al misterio de nuestro bautismo y a la eucaristía.
3. El domingo, día de la asamblea eucarística
La Pascua del Señor es también inseparable de la alianza nueva, que se revela especialmente
en la Iglesia. La comunidad cristiana, desde los orígenes también, se constituye y manifiesta
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visiblemente como Cuerpo de Cristo, pueblo sacerdotal y nación consagrada, reuniéndose en
asamblea litúrgica principalmente los domingos. Por eso, el domingo es día de la Iglesia. Y, dado que
la principal expresión de la Iglesia la realiza la celebración eucarística, como recuerda el Concilio
Vaticano II (SC 41; CONC. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 26), se deduce que la asamblea
dominical es núcleo del domingo, como día en que los discípulos de Cristo, reunidos en su nombre,
renuevan la alianza, como Él lo mandó (cf. 1 Cor 11, 24-25 par.). El fruto de la asamblea eucarística
dominical es la comunión del Espíritu y la unidad de la Iglesia (cf. Hech 2, 42; 2 Cor 13, 13; Ef 4, 3).
No sólo fruto; en la realidad, la eucaristía hace a la Iglesia.
En la eucaristía, además, como perpetua renovación del sacrificio de la cruz, tenemos los
cristianos la plenitud del culto verdadero, es decir, la más acabada expresión de la virtud de la
religión, por la que todo hombre, individual y socialmente, ha de mostrar reconocimiento y adoración a
Dios. La misa es también santificación del tiempo y del trabajo de toda la semana, asociando al
trabajador al misterio de la muerte y resurrección del Señor, por el cual se ha iniciado la
transformación del mundo.
La Iglesia, como cualquier otro grupo humano, no se edifica a sí misma y no toma conciencia de
lo que es si no se reúne en asamblea. Sin asamblea no hay vida eclesial, como no hay domingo sin
referencia al Señor. Por otra parte, ningún tipo de asamblea litúrgica puede sustituir a la celebración
eucarística sobre todo en domingo. Por eso, sin eucaristía dominical, en situaciones normales, no hay
domingo como día del Señor y día de la Iglesia. En las circunstancias y lugares donde no sea posible
la celebración eucarística dominical por falta de sacerdote, por ejemplo, la asamblea dominical sin
misa será sólo un recurso para que los fieles no se vean totalmente privados de escuchar la Palabra
de Dios, de orar en común y de unirse, incluso por la comunión sacramental, al santo sacrificio
celebrado anteriormente en ese lugar o en otro de la zona el mismo día.
4. Carácter festivo del día del Señor
«El domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles
de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo» (SC 106). Esta afirmación del
Concilio Vaticano II invita a destacar las motivaciones más profundas del descanso dominical y del
precepto eclesiástico relativo a la misa de los domingos y fiestas de guardar.
En efecto, el descanso dominical tiene una dimensión moral y religiosa de culto a Dios mediante
la suspensión de los trabajos de los días de la semana, similar al reposo del sábado judío. Sin
embargo, la interrupción del trabajo los domingos, que se estableció en el siglo IV por las exigencias
de una sociedad globalmente cristiana, tiene raíces más hondas. No solamente entronca con la
necesidad y la capacidad festiva del hombre, aspecto muy apreciado hoy, particularmente en los
jóvenes, sino que, además, adquiere una nueva dimensión a la luz de la Pascua del Señor, que da
significado a todo lo que es el domingo como conmemoración de la perfecta liberación del pecado y
de toda opresión por la muerte y resurrección de Cristo. No es otro el acontecimiento que provoca la
fiesta de los cristianos, la asamblea eucarística y el día entero del Señor como expresión de la alegría
y de la comunión en el Espíritu Santo.
El descanso dominical es signo de la liberación efectuada por Cristo, y que un día se consumará
totalmente, alcanzando incluso a la creación entera (cf. Rom 8, 19-22). Hoy día, en que la interrupción
del trabajo facilita a muchas personas el contacto con la naturaleza y una mayor convivencia familiar
y social, esta dimensión del domingo se convierte en una ocasión para que el hombre nuevo,
transformado a imagen de Cristo, el Primogénito de la nueva creación, convierta el reencuentro con la
creación y consigo mismo en una acción de gracias al Padre Creador.
El precepto de la misa, cuyos primeros antecedentes jurídicos se encuentran en el canon 21 del
Concilio de Elvira, tampoco es contrario a esta dimensión festiva y pascual del domingo. El precepto
tiene un valor pedagógico, para ayudar a vencer la pereza, el olvido y el abandono, contribuyendo al
descubrimiento del auténtico sentido de la ley interior del cristiano, que debe obrar no por imperativos
legislativos, sino movido por el amor y la fidelidad al Señor. El precepto dominical en su doble
vertiente del descanso y de la participación en la santa Misa, no tiene por finalidad impedir o prohibir
ciertas acciones, sino disponer a los cristianos para la práctica del bien, a imitación de Jesús, que se
autoproclamó Señor del sábado y declaró estar éste al servicio del hombre (cf. Mc 2, 27-28). La
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celebración del domingo es ocasión para el cultivo de los valores espirituales y eclesiales,
especialmente la oración y la caridad. Por todo ello, la Iglesia ha preceptuado la observancia del día
del Señor. Sabe que el domingo tiene un inmenso valor para la vida cristiana de sus hijos.
Es la entera comunidad eclesial y no sólo sus miembros individualmente, la que debe sentirse
llamada y urgida a celebrar el domingo reuniéndose en la asamblea eucarística. De esta conciencia,
comunitaria y personal al mismo tiempo, nace la verdadera responsabilidad de cada creyente ante la
celebración del domingo. Quien celebra el domingo presta su colaboración positiva a la edificación de
la Iglesia, templo del Espíritu. Quien no celebra el domingo «está disminuyendo la Iglesia y privando
de un miembro al Cuerpo de Cristo» (Didascalia Apostolorum). Incluso cuando, por diversas
circunstancias, no sea posible dejar totalmente el trabajo, por ejemplo, en ciertas industrias o en la
recolección, los cristianos no quedan por eso dispensados de reunirse y participar en la eucaristía. Lo
mismo puede decirse de las fiestas de precepto que sean días laborales en el calendario civil.
SEGUNDA PARTE
ORIENTACIONES PASTORALES
La pastoral del domingo tiene que ser realista y aceptar el hecho social de los cambios que se
están produciendo en nuestra sociedad. No es la primera vez en la historia de la Iglesia en que la
celebración del día del Señor tiene que adaptarse a la situación socio-cultural y afrontar con decisión
no sólo las dificultades, sino también las nuevas oportunidades que se descubren. Pensemos, por
ejemplo, en la celebración del domingo en los primeros siglos, tanto en el medio judío, que
descansaba los sábados, como en el medio pagano, que ni siquiera seguía un ritmo semanal de
descanso. Por otra parte, los lugares de turismo y las zonas residenciales del fin de semana, las
comunidades rurales cercanas y las grandes poblaciones, etc., son estímulos que no pueden
desaparecer. Con el domingo tendrá que estar necesariamente relacionada la pastoral del tiempo
libre, la pastoral juvenil y de todos aquellos grupos que aprovechan dicho día para la convivencia y
reuniones diversas. Particularmente merecen atención las familias, dado que es, sobre todo, en los
fines de semana y en los domingos cuando más se aprecia la curiosa paradoja de que, junto a la
dispersión de sus miembros, se produce también el redescubrimiento de la familia como espacio cada
día más necesario de afecto y de intimidad.
Pero, fijándonos más directamente en la pastoral litúrgica en orden a una revitalización de la
celebración del domingo, proponemos lo siguiente:
1.
Una catequesis intensa, adaptada y progresiva sobre todas las dimensiones del día del
Señor que se encuentran en el Nuevo Testamento y en la tradición patrística.
2.
Consideramos fundamental que se logre una celebración viva del domingo con sentido
comunitario y eclesial, sobre todo en la santa Misa, que tiene que ser especialmente
cuidada y que no debe multiplicarse más de lo justo, sino procurar atender a las
necesidades de asambleas con número suficiente de participantes y con servicios
necesarios. Y en cuanto a las pequeñas comunidades y grupos especiales es mejor que los
domingos se unan con los demás en la eucaristía. Donde deban celebrarse varias misas, se
procurará que al menos una sea comunitaria, sin que ello signifique una menor atención a
las otras celebraciones, de modo especial las del sábado por la tarde y las de las vísperas
de fiestas de precepto. Toda asamblea eucarística debería contar con el apoyo de un
equipo animador, bajo la responsabilidad del sacerdote celebrante. Porque el ideal es que
todas las misas del domingo tengan siempre ese carácter comunitario y festivo.
3.
Dentro de la celebración eucarística deben aprovecharse ciertas moniciones, sobre todo la
inicial y, hasta la misma homilía, especialmente en los domingos del tiempo ordinario, para
introducir a los fieles en una mejor vivencia del día del Señor y de la eucaristía como centro
del mismo. El estilo de la celebración según la asamblea, el talante personal del presbítero,
hermano entre hermanos; el calor humano y religioso de los gestos realizados con belleza,
la disposición del lugar y el ornato del mismo, los cantos del pueblo, que deben cuidarse
cada vez más; los silencios, etc., son otros tantos factores que contribuyen a hacer de la
misa dominical el núcleo vital del día del Señor. Señalemos también, la suma importancia de
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la homilía, mesa de la Palabra en que la Iglesia entrega a sus hijos el tesoro inapreciable de
lo que el Señor nos enseñó.
4.
Pero la eucaristía no es la única asamblea litúrgica o comunitaria del domingo.
Tradicionalmente, los fieles se han reunido también para celebrar el oficio divino y para
realizar diversos ejercicios de piedad. En este sentido sigue siendo válida y urgente la
indicación del Concilio Vaticano II, puesta de actualidad con la reforma de la liturgia de las
horas, de que «los pastores procuren que las horas principales, especialmente las vísperas,
se celebren comunitariamente en la Iglesia los domingos y las fiestas» (SC 100). En cuanto
a los ejercicios piadosos, se recuerda la indicación conciliar también de que se inspiren en
la sagrada liturgia y se acomoden a los tiempos litúrgicos (cf. SC 13). El domingo es un día
muy apropiado para tener exposición prolongada o breve del Santísimo Sacramento, a tenor
del correspondiente Ritual.
5.
Deben ser estimados todos los signos festivos y sociales que contribuyen a hacer del
domingo un día de alegría y de encuentro, desde el vestido de fiesta a las invitaciones y
visitas. Entre éstas habría que señalar las que se hacen a los enfermos, las cuales deben
ser expresión de auténtica caridad cristiana y de solidaridad con ellos por parte de la
comunidad eclesial que celebra el día del Señor. La comunión, llevada por un presbítero o
diácono o por un ministro extraordinario, será el más fuerte testimonio de que los que se ven
impedidos de acudir a la asamblea eucarística dominical están verdaderamente presentes
en ella por medio de la misteriosa unidad del sacramento de la eucaristía.
6.
El domingo ofrece, finalmente, múltiples oportunidades para el testimonio cristiano y el
servicio a los hermanos en la caridad. Desde esta perspectiva cobra renovado sentido la
colecta dominical de la misa, como pedía San Pablo a las primeras comunidades (cf. 1 Cor
16, 2; etc.). A nivel personal, el domingo es una ocasión para dedicar más tiempo a la
oración y a la lectura de la Palabra de Dios, al recogimiento y a la contemplación, como
también, si es necesario, a la reconciliación con Dios y con la Iglesia mediante el
sacramento de la penitencia.
Estas y otras muchas indicaciones pastorales que se podían hacer contribuirán, sin duda, a que
todos los cristianos valoremos el domingo como corresponde.
Los obispos, como señalan los libros litúrgicos, tenemos recomendadas para este día muchas de
nuestras acciones como ministros de la eucaristía y de los sacramentos, como, por ejemplo, las
ordenaciones, la dedicación y bendición de templos y altares, etc., la misma visita pastoral a nuestras
comunidades eclesiales. El domingo debe ser para nosotros el principal día de encuentro con
nuestras iglesias particulares y expresión plena de nuestro servicio pastoral.
Los presbíteros, para los cuales el domingo debe ser el día de mayor trabajo, tienen, en el
cumplimiento de su ministerio, un motivo más para sentirse unidos y asociados a la ofrenda de Cristo,
Sumo Sacerdote, que a ellos les es dado actualizar. Su fidelidad, la importancia de su función de
iniciadores y de guías del Pueblo de Dios, su sensibilidad como celebrantes y su propia vivencia
espiritual del domingo serán un valioso estímulo y ejemplo para sus respectivas comunidades.
Las comunidades religiosas, además de vivir intensamente el día del Señor, si procuran
favorecer la presencia y la participación de los fieles en su liturgia dominical, contribuirán también a
que el domingo sea efectivamente un día para el Señor y para los cristianos.
Exhortamos, por último, a los responsables de los organismos diocesanos y a los animadores de
los equipos parroquiales de la pastoral litúrgica a que fomenten la celebración del día del Señor con
toda clase de medios, tal como la Iglesia los señala y recomienda.
22 de noviembre de 1981
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